2009/03/06

LA MAYOR REVOLUCION

Por: Jerónimo Carrera

Con las palabras sucede, obviamente, lo mismo que con ciertas piezas de la vestimenta humana: se ponen de moda por algún tiempo, y luego de pronto desaparecen pero más tarde vuelven a aparecer. Acá en nuestra Venezuela, por ejemplo, en todo el siglo XIX la palabra revolución, simplemente así, sin definición adicional, gozó de una gran popularidad.

Pues hubo tantas, que ninguno de nuestros abundantes y acuciosos historiadores se ha dado a la dura tarea de cuantificarlas, como sí lo han querido hacer últimamente con la palabra república.

Pese a que para nuestra buena suerte, desde que rompimos con Fernando VII –hará bien pronto dos siglos de haber hecho tal travesura, comandados por aquel revoltoso muchacho que fue Simón Bolívar- nos hicimos republicanos y no hemos vuelto a ser súbditos de ningún monarca.

Asimismo, y guardo este recuerdo de mi infancia cumanesa en aquel tiempo de las postrimerías de la dictadura gomecista, todo el que se oponía a Gómez abierta o solapadamente se consideraba revolucionario. Durante todo un siglo, así se desarrolló la vida política venezolana. Los revolucionarios dejaban de serlo cuando triunfaban y llegaban al gobierno, porque entonces los del gobierno derrotado pasaban a ser los revolucionarios.

Ese juego con la palabra revolución terminó a finales de la década de los ’20 y comienzos de los ’30, cuando las protestas estudiantiles y el regreso del exilio de Pío Tamayo, un revolucionario auténtico, desembocó en la fundación el 5 de marzo de 1931 del Partido Comunista de Venezuela, con una primera célula en Caracas, de la cual sobrevive en Cumaná nuestro camarada Tomás Torres, ya muy cercano a los cien años de edad y siempre comunista. Es decir, siempre revolucionario de verdad y por lo tanto siempre joven.

La verdad es que el pasado siglo ha estado cargado de numerosas revoluciones, de las genuinas y en todos los continentes. Comenzó con la de 1905 en Rusia, fallida pero premonitoria, y seguida por las de México y China en 1911. Luego vino la más impactante, la de octubre de 1917 en Rusia, la de “los diez días que conmovieron al mundo”, según el clásico calificativo que le otorgó John Reed, la bolchevique, con rumbo al socialismo. Producto de ella han sido otras dos grandes revoluciones, la de la China Popular en 1949 y la de Cuba en 1959, que firmes se mantienen en pie frente a las potencias imperialistas como ejemplos aleccionadores.

Además, son incontables las revoluciones catalogadas con el mote de liberación nacional, en antiguas colonias africanas y también en nuestro continente americano, que han sido aplastadas por las armas del imperialismo. Baste con recordar la encabezada por Maurice Bishop en Granada, isla muy vecina de Venezuela, hace un cuarto de siglo, y por la cual todavía hay unos cuantos presos políticos olvidados de todos.

Todo indica que en el mundo de hoy, llamado globalizado, ya no son posibles revoluciones de tal tipo. Como igualmente se ha hecho casi imposible llevar a cabo una revolución socialista en forma aislada, haciendo necesaria otra vez discutir si es factible la construcción del socialismo “en un solo país”, como lo intentó Lenin mediante la creación de la URSS en 1922.

Hay que tomar en cuenta, por otra parte, que a la par con tantas revoluciones de carácter político-económico se producen otras de un tipo científico-tecnológico, que también cambian al mundo. Podemos afirmar, sin embargo, que la revolución más revolucionaria, si nos permiten ponerle este calificativo, es la que se viene produciendo a escala mundial en estos últimos cien años: la de la mujer.

Este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, claramente expresa que la humanidad vive ahora la mayor revolución de toda su historia.

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