Curiosamente, aquella vieja tesis betancourista de los años ’30, y la cual en verdad era un simple trasplante a nuestro suelo de la que propagaba ya el aprismo peruano, ha reaparecido ruidosamente en nuestra actual Venezuela bolivariana. Me refiero a ese trasnochado alegato, más que refutado por la vida misma desde entonces, con el que se ha pretendido que aquí no se necesita un partido de la clase obrera.
En efecto, es un mérito histórico de aquel personaje pequeñoburgués llamado Rómulo Betancourt, también conocido en su tiempo como “el Napoleón de Guatire”, haber sido acá el primero en proclamar que Venezuela no debía tener un partido comunista. Idea basada, según él, en el hecho de la no existencia todavía de la clase social que puede y debe servirle de soporte fundamental a tal partido.
Enfrascados en semejante discusión cuando regresaron al país tras de la muerte del guachimán Juan Vicente Gómez, los jóvenes pioneros del comunismo venezolano perdieron el tren de la revolución que pasó por aquí aquel año de 1936.
Pues no fue sino solamente a mediados del siguiente año cuando por fin se dio por terminada tan absurda situación, dejando de lado a Betancourt y su grupo de adeptos a la tesis “policlasista”, o sea la de “un gran partido de masas”, en el cual confluyan elementos incluso de la burguesía más liberal. Esa decisión realmente histórica, de tanta trascendencia para nuestras clases trabajadoras, se tomó en una reunión clandestina -celebrada en pleno centro de Maracay, ciudad que había sido la “capital” del tirano Gómez- y escondidos en la casa de nuestro recordado gran camarada Víctor Paiva, el día 8 de agosto de 1937.
Allí tuvo lugar la Primera Conferencia Nacional del Partido Comunista de Venezuela, y por lo que ahora mismo estamos celebrando su 71º aniversario. De un PCV que había sido fundado en Caracas, también en la más absoluta clandestinidad, el 5 de marzo del año 1931, todavía en tiempos de la dictadura petrolera gomecista.
La verdad es que Venezuela no era un país industrial, como tampoco lo es hoy. Pero ya había comenzado a transformarse en un país petrolero, es decir, con una economía basada en una industria vital en el mundo moderno. Aunque con un potencial de empleo reducido, esa industria genera en todas partes un proletariado aguerrido y dispuesto a organizarse sindicalmente. Puede decirse que de allí proviene el PCV, que del proletariado ha recibido dirigentes tan destacados a escala nacional como Jesús Faría, Cruz Villegas, Manuel Taborda, Max y Pantaleón García, Luis Emiro Arrieta, Alberto Lovera, Hemmy Croes, Benito Pereira, Facundo y Ezequiel López, y muchos otros menos conocidos.
Sin embargo, con tristeza vemos ahora intelectuales que ignoran tal desarrollo de la clase obrera venezolana. Por ejemplo, Rigoberto Lanz escribió en el diario El Nacional, el pasado 1º de Mayo nada menos, lo siguiente: “La anacrónica ideología de un proletariado mesiánico, los aparatos políticos que le sirvieron de expresión y los remedos de “socialismo” que se intentaron construir en esa órbita, son residuos de una experiencia histórica profundamente reaccionaria que debe ser desmontada completamente hasta sus últimas consecuencias.”
Es la misma tesis que esgrimía hace unos setenta años Rómulo Betancourt, sustentada bajo diversos ropajes por elementos de la pequeña burguesía que tiemblan ante la posibilidad de una “dictadura del proletariado”, la cual les truncaría el sueño de llegar a ser grandes burgueses.
En suma, es precisamente la experiencia histórica la que ha demostrado a los trabajadores la necesidad de contar con un partido político propio. El policlasismo no es otra cosa que un disfraz con el cual se pretende ocultar ante las masas el predominio de la burguesía. Los tales partidos de masas, hay que decirlo claramente, son aparatos que les permiten a los capitalistas prolongar su hegemonía, tanto en el plano interno como en lo internacional. Es un truco viejo, esta vieja discusión.
Por: Jerónimo Carrera
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